4… 3… 2… 1… ¡Arrancamos!

Toda la última semana forré cuadernos, pegué etiquetas, enumeré hojas, intenté poner contact sin burbujas y fracasé como todos los años, puse nombre a lápices y fibras, armé mochilas, planché uniformes… y llegó el día: ¡Empezaron las clases!

Comenzó la rutina. Y con la vuelta de los chicos a la escuela, la casa entera vuelve a su ritmo. Pero cuesta bastante reacomodarse…

¿Voy a volver a estar a las corridas? Sí rotundo.

¿Este año, por fin, van a coincidir los horarios de uno con los del otro? No lo creo.

¿Cómo hago para organizar horas de clase, pre-hora, post-hora, contraturno, idioma, deporte, comida, casa, marido, trabajo y tal vez un ratito para pintarme las uñas? Ni idea.

Todos los años colapso en marzo. Pero por suerte para abril ya me adapté y todo fluye.

Un año más. Y con el comienzo del ciclo lectivo tomo conciencia de lo rápido que pasa el tiempo y la velocidad con la que mis hijos crecen.

Parece que fue ayer cuando los dejé por primera vez en la Salita de Maternal y me fui con un nudo en la garganta, llena de miedos, dudando si no eran muy chiquitos, si iban a estar bien, ¿si lloraban y yo no estaba para consolarlos?

Hoy, ya no quieren que los lleve de la mano hasta la puerta del salón, me piden entrar solos y si me descuido se van corriendo con los amigos sin saludarme…

Disfruto mucho verlos crecer, pero a la vez me cuesta soltarlos.

Les saco la foto. Yo emocionada, ellos felices. Con las zapatillas de un blanco brillante que no volveremos a ver el resto del año. Mochilas llenas de expectativas. Beso a mami. Y a la escuela. ¡Buen comienzo!

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